Por: Eili Córdova
En un país profundamente machista como Venezuela, resulta más fácil juzgar a una mujer por la cantidad de parejas sexuales que ha tenido que condenar a un abusador por sus acciones. Esta es una realidad que rara vez se cuestiona, y por eso los agresores no sienten vergüenza alguna.
No les pesa la cantidad de veces que han acosado, ni las ocasiones en que han ignorado un «no» por respuesta, ni siquiera cuando bromean con sus amigos sobre cuántas mujeres «han llevado a la cama». Esta dinámica no solo perpetúa la cultura de la impunidad, sino que también normaliza la violencia de género, silenciando a las víctimas y reforzando los estereotipos que nos oprimen.
La sociedad sigue relegando a las mujeres al último eslabón, mientras los «secretos familiares» permanecen ocultos, guardados bajo llave en un cajón, nosotras cargamos en nuestras espaldas una larga lista de abusos, tantos que a veces es difícil contarlos.
Sin embargo, insisto: es más fácil tildar a una mujer de «zorra» por la cantidad de parejas sexuales que ha tenido, que reconocer y enfrentar los abusos que ha soportado a lo largo de su vida. Esta doble moral no solo nos silencia, sin duda, también perpetúa un sistema que no para de proteger a los agresores y castigar a las víctimas.
En un sistema que fue creado por los hombres y para los hombres, las mujeres nos obligamos a no hablar de nuestra vida sexual, de nuestros abusos y de los traumas que arrastramos desde la infancia. Y mientras más lo piensas, el patriarcado más doloroso resulta. Y esta realidad está respaldada por números.
En el informe ‘El alto precio de la desigualdad’, publicado en 2024 por la Red de Mujeres Constructoras de Paz, se documenta que en Venezuela dos de cada cinco mujeres han sufrido algún tipo de violencia de género.
El documento detalla: “Los datos de la encuesta realizada revelan que dos de cada cinco mujeres, es decir, un 40% de las venezolanas, ha sido víctima de algún tipo de violencia de género. De acuerdo al monitoreo, el 71% de ellas ha sufrido violencia psicológica y el 42% física”.
Sin embargo, la realidad es aún más aterradora para las mujeres en sectores vulnerables. El estudio resalta que “46% reportó haber experimentado violencia de género, en comparación con el 36% de aquellas en niveles socioeconómicos más altos. Esta brecha persistente desde el 2023 evidencia una realidad donde la violencia de género no solo es frecuente, sino que también discrimina”.
En este contexto, las mujeres no solo enfrentamos el estigma de ser juzgadas por la cantidad de parejas sexuales que hemos tenido, sino que nos toca luchar contra un sistema que nos falla. En Venezuela, la desprotección es tal que, al denunciar, las víctimas se enfrentan a la revictimización y a la indiferencia de las instituciones gubernamentales.
El proceso es desgarrador: en ocasiones, tienes que repetir una y otra vez tu historia, en un sistema tan desalentador que puede hacerte sentir que haber nacido mujer es una de las peores cosas que te pudo pasar.
Y, de hecho, el informe lo confirma: “Además de la violencia psicológica y física, la violencia sexual e institucional también están presentes y ambas enmarcadas en un contexto de falta de protección policial, revictimización en procesos judiciales y discriminación en la provisión de servicios públicos”.
Esta realidad no solo expone la crudeza de la violencia de género, también deja en evidencia la urgencia de un cambio sistémico que nos proteja de verdad.
Entonces, antes de juzgar a una mujer por el número de parejas que ha tenido, detente un momento. Piensa en la cantidad de abusos que hemos soportado, en las veces que nos han hecho sentir pequeñas, en las ocasiones en que nuestro «no» fue ignorado. Eso, créeme, está muy lejos de definir quiénes somos. Nuestro valor no se mide en cifras, sino en la fuerza con la que nos levantamos cada vez que intentan callarnos.
me encantó