Por: Eili Córdova
Esta es una carta para aquellas personas que tienen una relación difícil con su menstruación. Para quienes no la entienden, para quienes dicen “que la odian”, para todas a las que no nos enseñaron cómo gestionarla, cómo aceptarla y cómo fluir con ella.
Es una carta también para quienes no han tenido una toalla sanitaria cerca y han tenido que usar lo que sea para sobrellevar el sangrado. Para quienes han llorado sintiendo que la vida les sobrepasa… y aun así, el cuerpo no se detiene: sigue menstruando.
Esta carta es para todas. Y también, es para mí.
Comencé a menstruar cuando era una niña de nueve años. No entendía qué estaba pasando. ¿Por qué salía sangre de mí? Pensé que estaba enferma. No tuve más opción que decirlo, y desde entonces, nada fue fácil.
Mi entorno me trató como si fuera un bicho raro. Fue mi primera experiencia con el estigma menstrual. Me decían que no podía acercarme a las plantas porque “se marchitaban”, me obligaron a guardar en secreto que “ya era una señorita”, y me exigieron dejar de jugar en los espacios que antes sentía como míos. “Ya no puedes comportarte como antes”, pero nadie me explicó por qué. Solo me prohibían más cosas.
Me daba vergüenza ir a la escuela con la menstruación. Inventaba mil excusas para no asistir. Pero no era solo mi historia. Es una realidad que se repite.
Según datos recientes de las Naciones Unidas, dos de cada cinco niñas en América Latina faltan a la escuela durante su menstruación debido a la falta de acceso a productos de gestión menstrual y al estigma que las rodea.
En países con crisis económicas, la pobreza menstrual nos obliga a elegir entre comprar comida o productos de higiene básica. Usamos lo que hay: trapos viejos, papel periódico, bolsas. Y dejamos de habitar espacios públicos porque sangramos.
Crecemos pensando que la menstruación es algo “sucio”, que durante esos días estamos “más sucias” de lo normal. Nos bañamos obsesivamente, tratando de que no se “note” lo que el cuerpo hace de forma natural. Y como nadie nos habla con claridad, asumimos que somos “demasiado sensibles” y que lo que sentimos o decimos en esos días “no cuenta”.
Yo hubiese querido escuchar palabras más amables a mi alrededor. Que me permitieran seguir siendo niña. Que no me metieran en la cabeza que “ya era una mujer” solo por haber comenzado a menstruar.
Hubiese querido escuchar frases como:
“No tienes que esconderte ni sentir vergüenza”
“Tu menstruación no es sucia”
“Hablar de menstruación es importante y necesario”
“Lo que sientes también importa, y no es menos válido porque estés menstruando.”
Pero no lo escuché. No lo escuché en mi casa. No lo escuché en la escuela.
Y por eso, hoy quiero escribirlo. Para ti, para mí, y para todas.
Porque menstruar no debería doler tanto emocionalmente
Porque no deberíamos crecer con miedo, ni con vergüenza, ni con culpa.
Porque merecemos vivir nuestros ciclos con información, con acompañamiento, con dignidad.

Menstruar no debería sentirse como un sacrilegio. Debería ser un derecho gestionado con libertad y sin miedo. Hoy escribo esto porque estoy aprendiendo a reconciliarme con mi menstruación. Porque, ahora, entiendo que no estoy sola.
Y porque si tú también estás en ese camino… esta carta es tuya.
————————————————
Lee más sobre menstruación junto a Eili, en el siguiente artículo para la Red de Periodistas Venezolanas




